29.2.08

{biciesto}


No es casual que a las siete de la mañana de un viernes 29 de febrero esté sobrevolando la realidad de esta manera. No es usual la necesidad de mantenerme despierta por la única razón de no dejar un punto inconcluso en mi alma, a la deriva de los sueños y que al despertar todo se haya ido con el olvido. No es irrelevante pasar la noche acostada sobre el piso, con la música directo a mis tímpanos, gritando estrofas que me hacen sentir y creer que alguien en este mundo me comprende verdaderamente.Intento dormir, pero de vez en cuando sonidos inoportunos me interrumpen el sueño y no consigo volver del miedo que me produce despertarme por un ruido y que no se vaya de mi mente. Sostengo mi pensamiento en eso que regenera las heridas que no paran de sangrar... y así es como mi vida transcurre en un letargo que, al parecer tiene un final pero no me animo a vivirlo. Mi conciencia tiene nombre, cuerpo y vida. Constantemente insisto en no escuchar sus ecos que aunque no quiera creer y duelan son la más cruda realidad. Ella me observa inerte y emite sonido sólo por dos razones: La necesidad de escucharla para que alguien me hable de mi misma. Y el ahogo y nerviosismo que causo en ella por los actos que llevo a cabo cotidianamente. Entre mi conciencia y yo pasan cosas absolutamente ilógicas. La relación que llevamos es de ratos sana, de a ratos enfermiza. Llevamos una vida juntas porque además de ser necesarias, somos un complemento. Yo necesito tanto de su cuidado como ella de mis antojos. Ella necesita tanto de mis insólitas causas injustas como yo de su refugio y así es como transcurren las horas sin lograr dar paso en el que ella no me acompañe. Amanece y mis párpados me pesan por el cansancio, mis pestañas fueron testigo de que todo aquello que perdí, poco a poco se está yendo por mis ojos. Las lágrimas que rondaron mis mejillas hasta caer en la almohada dejaron la nostalgia que te deja aquello que se va. La angustia inmensa de tener que olvidar quien despertó mi corazón sólo para dejar de sufrir por saber que un día dejaría de estar. Cortar de un segundo para el otro aquello que durante horas lo soñé como un futuro lleno de sonrisas. La tristeza infinita de contarnos la nueva vida que intentamos llevar y lo vacíos que son espacios que intentamos llenar. Notarte inconclusa y no poder guiarte, sentirte distante y no poder traerte, oírte lejana y no poder gritarte. Y por último, no poder mirarte directo a los ojos sólo para recordar que (aún) estas viva en mi sangre. A diario contemplo la posibilidad de replantearme porqué hago cosas que nadie sabe, porqué me gustan y porqué algún día deje de hacerlas. Involuntariamente sigo recorriendo caminos que me llevan hacia ningún lado ó que innecesariamente sigo y sigo sabiendo que al final alguien saldrá herido. Mi piel se volvió frágil, mis ojos vidriosos y mi personalidad tímida. No soporto dos roces seguidos sobre alguna parte de mi cuerpo, no tolero mirar sin ver profundidad y transparencia. Y cada noche me acuesto intentando pensar en lo que pasará y no en lo que pudo haber sido, únicamente para no dejarme caer. Explicarte que la libertad individual termina en el momento exacto que empieza la del otro y que cuando cuestionas las pocas cosas que tengo claras me haces creer que no me dejas ser libre. Cada día que comienza es un nuevo intento por salir al exterior de mi propio cuerpo lleno de miedo. Cada minuto que construye mi tiempo es un pensamiento elástico que me retrocede al minuto anterior sin dejarme avanzar. Cada mes que termina intento dejarlo atrás como un nuevo argumento para que el próximo se atreva a ser mejor. Dejar de confundir sentimientos con palabras y conservar en mi interior los valores que me hacen permanecer entera a pesar de las marcas que deja el dolor.

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